Artistas reunidos en una oficina de Escultura en la Calle

A LA SOMBRA DE LA LADY 1

Nacimiento del entusiasmo

Hacía tantos años que no iba al Colegio de Arquitectos que parecía en mi memoria como uno de esos cuadros que siguen vivos, aunque no los vuelvas a ver.

La nostalgia está llena de nombres propios, en todas las circunstancias de la vida, y esta institución es para mi el recuerdo y la gratitud hacia varios nombres propios (Vicente Saavedra, Rubens Henríquez, El Arqui, Javier Díaz Llanos, tantos…) y además es el respeto al nombre propio, entonces tan largo, del Colegio de Arquitectos de Canarias, tan resonante en una sociedad animada, en aquel entonces, por la obligación de la cultura también en los medios de comunicación.

Aparte de la circunstancia por la que fue tan famoso, la organización de la Exposición de Escultura en la Calle, el Colegio era hace medio siglo un generador de pensamiento, de discusión, de disidencia y de cultura, y por eso concitó en torno suyo la participación de personalidades mezcladas de la realidad cultural en el archipiélago.

No fueron ajenas a la preocupación del Colegio ni la actividad universitaria ni la discusión sobre las artes, la literatura incluida, de lo que pasaba entonces. Fue lugar de encuentro de varias generaciones, empezando por la que aun seguía viva, la generación de Gaceta de Arte, cuyos sobrevivientes participaron en muchas de las convocatorias, así como las subsiguientes.

A mi me llevaron al Colegio algunas amistades contemporáneas, como José Ángel Anadón o Carlos A. Schwartz, pero ese viaje colegial al que me invitaron en seguida tuvo otras derivaciones amistosas de las que saqué enorme provecho personal e intelectual. Cuando el Colegio me pidió, además, que le ayudara en otras iniciativas, sobre todo en algunos aspectos informativos de la organización de la Exposición Internacional de Escultura en la Calle, me volqué en ello y no sólo por la novedad de los hechos que ese encuentro cultural implicaba, sino porque sentía que se estaba moviendo algo propio de una gran capital. Una generación mezclada se ponía en marcha para que Santa Cruz de Tenerife dejara de ser aquella tienda que dibuja Humboldt: el tendero abre la tienda, se sitúa detrás del mostrador y espera que no entre nadie.

En seguida se pudo comprobar que todo iba en serio, porque era muy seria la gente que organizaba ese evento de esculturas y todo lo que comprendía la actividad cultural de la entidad, y porque además había entonces en la sociedad canaria, de todas las islas, la conciencia de que había que dar un salto adelante para estar a la altura, al fin, de un pasado que había sido anulado por la nefasta posguerra que siguió a la horrible guerra fraterna.

Los actos del Colegio, aquellas conversaciones sobre cultura, territorio y política, y la propia exposición internacional que la siguió, iban en una dirección muy concreta: devolver las ganas de pensar y de hacer. Es decir, pensar siempre se ha pensado, es inevitable, somos sociedades pensantes, todo es pensamiento en esta vida, somos seres pensantes, pero otra cosa muy distinta es ponerse a hacer. Lo que varió en aquel momento, y lo que se pareció a los años treinta republicanos, fue que, al fin, ciudadanos de distintas zonas de la vida cultural, arquitectos, artistas plásticos, escritores, intelectuales, profesores, se dieron cuenta de que después de pensar tanto sobre cómo debían contribuir al futuro de la ciudad (de las ciudades) había que dotar a esta (a estas) del instrumento preciso para que se pusieran a andar. El objetivo era la modernidad, una palabra que luego ha sido sustituida por la ambición de pereza en el que se arrumban tantos propósitos.

El argumento, el guion, ya estaba hecho, en un simple papel se podía diseñar, pues se trataba de darle contenido (contenidos) al concepto entusiasmo sin el cual no avanzan ni las personas, ni los pueblos, ni las naciones. El aliento vino de algunos de los citados ya aquí, Vicente Saavedra, y el concierto que hubo alrededor fue tan eficaz como la melodía escrita. Todo el mundo se puso a la tarea, día y noche, y el entusiasmo se contagió fuera del terruño. Por un rato el Colegio se convirtió en irradiador de entusiasmo y de universalidad.

Ahora he estado de nuevo, tras muchos años, en el Colegio, viviendo la resurrección de aquel espíritu. Y me fui de allí rejuvenecido, como si no fuera sombra el pasado sino estímulo para que el presente en algún momento se vuelva a llamar futuro. Ojalá.

Juan Cruz Ruiz

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