Terminaba el año 1972 cuando, por fin, pudimos ver finalizada la construcción del edificio sede del Colegio de Arquitectos de Canarias en la Rambla del general Franco de Santa Cruz de Tenerife, a cuya dirección de obras habíamos dedicado mucho tiempo y no menos entusiasmo.
En el proyecto se resolvía el acceso principal al edificio a través de una plaza lateral, en la que habíamos previsto emplazar una escultura que ayudase a conformar el espacio, al tiempo que colaborase con su significación. Con este propósito entablamos contacto con el escultor canario Martín Chirino, con quien mantuvimos una comunicación de pleno entendimiento, cimentada, sin duda, en nuestros muchos años de sólida y verdadera amistad. El emplazamiento y las características de la escultura se decidieron en pocos días, estudiando juntos el espacio disponible y su entorno. Era la primera vez que se planteaba en Tenerife la incorporación de una escultura abstracta y no conmemorativa a un espacio público de la ciudad.
La apuesta por introducir una pieza de arte contemporáneo en el paisaje urbano de una ciudad tan tradicional como Santa Cruz de Tenerife era arriesgada, especialmente si consideramos el color rojo intenso de la que desde entonces llevaría el nombre de Lady Tenerife y que destacaba en un fondo de colores grises y neutros. Sin embargo, la súbita y magnífica acogida del público y el mismo paso del tiempo han confirmado el éxito de aquella decisión. Desde entonces, la Plaza del arquitecto Sartoris es un ejemplo claro de convivencia entre edificio, escultura y entorno urbano.
Unos meses después, tuvo lugar la inauguración de la sede del Colegio de Arquitectos. Con este motivo, la Comisión de Cultura, compuesta, entre otros, por personajes entusiastas como Westerdahl, decidió organizar una exposición sobre la obra del prestigioso arquitecto catalán José Luis Sert, decano de la Facultad de Arquitectura de Harvard en aquella época.
Asimismo, coincidiendo con ese acontecimiento, se celebró en las mismas salas una exposición nacional de arte contemporáneo en su homenaje, lo cual atrajo a un sinnúmero de artistas de todas partes del país, hecho que posteriormente haría más fácil nuestros contactos para nuevas actividades. Hoy cabe recordar, casi en clave de humor, la habilidad de los organizadores para evitar que coincidiesen en acto alguno los representantes de los organismos políticos oficiales con una clase artística claramente comprometida.
Con estos antecedentes y un año después de aquella inauguración, un encuentro casual con el arquitecto Carlos Schwartz en el Sur de Tenerife permitió que intercambiásemos opiniones, lo que propició que germinase la idea de organizar una exposición de esculturas al aire libre a lo largo de las ramblas de Santa Cruz, teniendo como punto de partida la emblemática Lady del escultor Martín Chirino.
El primer paso fue convocar a la Comisión de Cultura de nuestro Colegio, que aceptó e hizo suya la propuesta, por lo que Eduardo Westerdahl nos puso en contacto con su íntimo amigo el escultor Pablo Serrano, cuya colaboración fue inmediata e incondicional.
Fue suya la idea de convertir la pretendida exposición nacional en una muestra de carácter internacional, así como el que intentásemos vincular a los escultores con el proyecto mismo, invitándolos a venir a Tenerife para realizar las obras directamente en nuestras calles y plazas.
Así las cosas y de forma inadvertida, esa idea primitiva fue transformándose en otra más ambiciosa y también -por qué no decirlo- mucho más complicada, ya que superaba ampliamente la capacidad organizativa y económica de la propia comisión.
Las posibilidades reales de financiación y ejecución eran, a simple vista, los primeros grandes enigmas por aclarar. El Ayuntamiento de Santa Cruz, el Cabildo Insular y la Caja General de Ahorros de Canarias, dirigidos respectivamente, por D. Ernesto Rumeu de Armas, D. Andrés Miranda Hernández y D. Juan Ravina Méndez, respondieron generosamente a nuestra iniciativa aportando cada uno cantidades que oscilaban entre el millón y medio y los dos millones de pesetas.
Además, existía la promesa de la corporación municipal de facilitar todos los permisos y servicios necesarios para la colocación de las esculturas. Por su parte, el propio Colegio de Arquitectos ayudaba decididamente soportando la organización total y adelantando la financiación inmediata de los gastos, hasta que las otras entidades libraran las cantidades comprometidas.
Si complicada era la cuestión financiera, no menos enrevesada era la realización efectiva de las obras proyectadas, ya que se hacía necesario organizar equipos técnicos relacionados con la construcción. La ayuda en este caso, vino por partida doble: por un lado, un número importante de empresas constructoras, talleres y suministradores de materiales prestaban de forma desinteresada la mano de obra y todos los medios necesarios para hacer posible la ejecución in situ de las esculturas; por el otro, los aparejadores de Tenerife a través de su Comisión de Cultura se integraron también desde aquellos momentos en el equipo organizador, aportando toda su experiencia y profesionalidad.
A partir de ese instante y vencidos todos los obstáculos, comenzamos a trabajar ilusionados con la seguridad de que aquel proyecto un tanto utópico podría convertirse en una realidad palpable. Un Comité de Honor con cuatro personalidades relevantes del mundo de la cultura, compuesto por Joan Miró, José Luis Sert y los críticos de arte sir Roland Penrose y Eduardo Westerdahl, avalaban internacionalmente este acontecimiento.
Durante seis meses, Santa Cruz se convirtió en un museo al aire libre y la lista de participantes ilustra por sí sola la importancia del evento. […]